Orm el Rojo by Frans G. Bengtsson

Orm el Rojo by Frans G. Bengtsson

autor:Frans G. Bengtsson [Bengtsson, Frans G.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: prose_history
ISBN: 9788435060684
editor: Edhasa, 2010
publicado: 2018-01-03T16:00:00+00:00


CAPÍTULO III

De los forasteros con el ajobo de sal y de cómo el rey Sven perdió una cabeza

Pocos días después, al atardecer, llegaron a Gröning los forasteros con su ajobo. Había empezado a llover, y los hombres y los caballos se quedaron a una cierta distancia del portalón, mientras uno de ellos se acercaba a preguntar por Orm y a pedir cobijo para pasar la noche. Los perros ladraron a tiempo, y Orm se plantó en la entrada con Rapp, el cura y cinco sirvientes, todos bien armados a excepción del padre Willibald. El forastero que se había acercado era un hombre alto y flaco, envuelto en una capa ancha. Se secó lluvia de los ojos y dijo:

—Esta es una lluvia difícil para los comerciantes, ya que ni las balas ni los fardos de cuero, ni la sal ni las telas soportan bien la humedad. Por todo ello, y a pesar de que soy forastero, te pido a ti, Orm, protección para mis mercancías y un techo para mí y para mis hombres. Soy hijo de Östen Ugge, de Örestad en Finnveden, de la familia de Grim el Largo, y mi tío materno era Styr el Sabio, a quien todos conocen.

Orm le observó atentamente mientras hablaba.

—Te acompaña una numerosa comitiva —dijo.

—Pues a mí a veces me parecen pocos —respondió Östen—, puesto que llevo conmigo valiosas mercancías y estas tierras no son las más seguras para los comerciantes. Hasta el momento ha ido todo bien, y espero que así siga. Por cierto, tal vez tenga entre mis bultos alguna u otra cosa que tu mujer y tú queráis comprar.

—¿Estás bautizado? —preguntó el hermano Willibald.

—No, no —se apresuró a responder Östen—. Ni yo ni mis hombres, somos todos hombres honorables.

—Dices lo que puedes —dijo Orm con severidad—. Aquí estamos todos bautizados, y el que te lo ha preguntado es un cura cristiano.

—Estas cosas no son fáciles de adivinar para un forastero —dijo Östen, complaciente—, pero ahora recuerdo que un viajante me dijo que había un cura en la finca. La verdad es que lo había olvidado, ya que sobre todo habló de ti, Orm, de tu hospitalidad y de tu gran reputación.

La lluvia se hizo más intensa, y de lejos llegó el ruido de los truenos. Östen miró su ajobo con cara de preocupación. Sus hombres esperaban con los caballos dando la espalda al viento, con las capas vueltas del revés sobre la cabeza. La lluvia les envolvía como si de humo se tratara.

En el rostro de Rapp se dibujó una sonrisa.

—Ahora la sal nos puede salir barata —dijo.

Pero Orm respondió:

—Tu estirpe será buena, habitante de Småland, y no quiero pensar mal de ti, pero once extraños armados hospedados en mi finca una noche entera me parece mucho. No me gusta mostrarme parco en hospitalidad, pero no me parece que me puedas culpar por ello. Ahora tendrás que elegir entre dos cosas: o prosigues tu camino y acampas donde puedas, o te hospedas en la sauna junto con tus hombres y tus mercaderías, pero dejando las armas aquí en la entrada.



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